martes, 3 de diciembre de 2013

7


VII.


(el día que aprendí que mañana y clandestinidad no son una buena combinación)

- Esto no está bien - suelto, sin pensar, y tu remera se queda enredada entre tus brazos. Me recuesto dos segundos en el respaldo del sofá antes de darme cuenta de tu silencio y de cuan mal sonó esa frase. Yo y mis impulsos… y mi pésima selección de palabras para hablar - No esto de nosotros - aclaro y vos respirás. Se que estás maquinando así que me apresuro para formular frases más… adecuadas para lo que quiero en realidad decir - Esto de que vos venís, de la absoluta nada, y yo no soy capaz de pensar dos minutos en que puede venir alguien.

Esto de que no puedo decirte que no.

- Pero nadie vino Pau - decís y yo revoleo mis ojos verdes, que normalmente, tienen un color más apagado (no se me ocurre ninguna razón por la que brillen tanto… apta para estas horas). Niego rápidamente con la cabeza; es obvio que nadie apareció, sino no estaríamos semi desnudos en el sillón (vos, en realidad, yo ya estoy vestida). No es que me queje de la vista igual.

- Tuvimos suerte hoy... Mañana no sé - te respondo incorporándome sobre mi asiento y de repente me siento la grinch de los amantes secretos. Pero de verdad, necesito empezar a hilar ideas como una persona normal cuando vos estás cerca mío, no podés afectarme tanto y hacerme tan…inconsciente. Dejo escapar un suspiro .

- Afiladorrrrr - susurrás gracioso mientras depositás besos en mi cuello, cuando nos invade el silencio, y no puedo evitar romper en risas.


(Flashback)


Hoy, Jueves, 9 am. Mi situación: vestida con mi remerón de Judas Priest que uso para dormir, absolutamente reticente a aceptar que mañana vuelvo a la facultad. Mis planes para hoy: pasar el día en la cama, a forma de protesta.

Revuelvo mi yoghurt con cereales (son fan de las almohaditas de avellana) mientras me aburro mirando A.M. Odio el periodismo amarillista, pero no encuentro el control y el televisor esta muy lejos para cambiar el canal manualmente.

El día está encaminado para cumplir con mi deseo: no hacer nada. Claro que el universo no podía dejar que eso pase: el timbre aturde mis oídos y adivino de quién se trata. Todas las semanas viene el cartero a traerle algo a papá (es ley) y la única boluda que está para firmar la entrega soy yo.

Resoplo, mientras improviso un rodete en mi pelo castaño y comienzo la eterna búsqueda de mis llaves; están en donde las deje… lugares potenciales: living, cocina y cuarto. Vuelve a sonar el timbre y empiezo a alterarme; estoy dormida y odio el sonidito, la melodía y el volumen insano con el que suena.

Subo hasta mi habitación y cuando las encuentro (en la cartera que use ayer) escucho nuevamente el timbre de la puerta. Y mi paciencia se va al tacho.

Corro escaleras abajo, sumamente molesta y despreocupada de salir así a la calle (si es el cartero, ya está curado de espanto conmigo y si no, mala suerte). Desactivo la alarma y cuando abro la puerta, le pongo énfasis a mi actitud de ermitaña con un "¡¿¡¿Quién es?!?!" a los gritos.

- ¡Afilador! - me gritás al verme, desde la entrada, con una remera violeta, rosario de madera y una sonrisa de par en par. Todo esto te parece muy gracioso se ve. Me muerdo el labio con ganas, mientras reprimo una puteada. No lo puedo creer.

- ¿No querés tocar el timbre de nuevo? - pregunto irónicamente mientras bajo las escaleritas, entrecerrando los ojos por el sol. Cuando se acostumbran a la luz y logro abrirlos completamente, soy capaz de apreciarte. Y aunque te este odiando, no hay mejor forma de empezar la mañana.

- ¿Solo lo toco una vez o hago escalas? - me preguntás, haciéndote el vivo, y niego con la cabeza con desaprobación. Me pregunto por qué tanta energía a esta hora.

- Dejemoslo así mejor - digo, mientras abro la reja y pedís permiso para pasar (esos arranques de educación me matan). Me limito a tomarte la mano y tironearte para entrar. Vos me sonreís - ¿A qué se debe tu visita?

- Estaba por el barrio - me respondés, aún tomado de mi mano. Te miro graciosa y vos te reís, inocente.

- Pedro, vos vivís en Palermo - digo, resaltando lo poco posible que es que un día de semana estés paseando por Caballito. Revoleás los ojos y negás con la cabeza, porque desbarate tu mentirita.

- Tenía ganas de verte, ¿así esta mejor?

- Mucho mejor - asiento y te beso brevemente, antes de subir las escaleritas y mirar los alrededores (ya se volvió una costumbre). Me adelanto para abrir la puerta de casa y vos me seguís, no muy atrás - Igual es más lindo verme a la tarde... Estoy más despierta, divertida y presentable, sobre todo - agrego, riéndome de mi misma y de mi facha. Vos exhalás, completamente en desacuerdo con lo que te digo.

- A mi me encanta como estás ahora - respondés serio y decido no tocar más el tema. Mejor que te guste así, porque no pienso producirme a la mañana si pensás caerme de sorpresa más seguido.

Voy a buscarte un vaso de agua, después de ofrecerlo y cuando vuelvo, te encuentro colgado mirando las fotos familiares. Me muerdo el labio, enternecida; realmente a veces me sorprende lo mucho que te interesan mis cosas. Si siempre fue así, no entiendo como nunca me di cuenta.

Cuando te veo llegar a las fotos de mis quince decido que es hora de captar tu atención si quiero que nos sigamos viendo.

- ¿Este es Miguel? - preguntás completamente tentado, señalándome el cuadro de mis tíos, mi papá y mi hermano disfrazados de mujeres, mientras disimuladamente agarro los míos. Ocultar la gigantografía ya es un caso perdido.

- Si disfrazados para mis quince. Con las chicas bailamos Moulin Rouge y después me pasaron el videoclip con ellos, para que aprenda a "bailarlo" bien - respondo entre risas recordando el video. De verdad que termine traumada cuando me interrumpieron en medio del baile.

- No me acuerdo de tus quince...

- No viniste - contesto rápidamente con una mueca y vos me mirás para luego asentir - Tenías un recital o algo así... Algún día te muestro el video.

- ¡Y el de la fiesta! - agregás, mientras te sentás en el sofá a metros de la cómoda. Enarco una ceja.

- ¿Para qué Pedro? - pregunto y me horrorizo ante la idea. Esa época de mi vida intento mantenerla bajo llave (aunque mis papás no se cansan de pasar y pasar el video en las reuniones familiares).

- No sé, me da curiosidad. Quiero verte con el vestido - decís y frunzo el ceño. Tiene que ser joda.

- Claro, cuesta mucho imaginarme vestida así ¿no? - digo, señalándo mi remerón y vos negás con la cabeza entre risas - Te cuento que estaba de novia con mi primer novio en ese momento, muchos primeros planos, no creo que sea muy divertido para vos - comento, desplomándome en el sofá también y borrándote cualquier atisbo de sonrisa. Esto va a ser divertido.

- Ah... - decís, secamente. Mirás hacia al frente, mudo, y tengo que taparme la boca para no romper en carcajadas.

- Te estoy jodiendo - digo, entre risas y vos me mirás, aún serio - Es verdad que estaba de novia, pero ni bola le di en la fiesta - explico, pero mirás hacia el frente - Hey ¿te pusiste celoso? - pregunto acercándome y susurrás "un poco" luego de pestañear - Qué tonto que sos - te digo y por fin te contagiás y reís conmigo. Y cuando atinás a hablar te callo de un beso... Como para que dejemos de hablar un poco.

(Fin flashback)


- Perdoname Pau, tenés razón.

Recuesto mi cabeza en el sofá y te miro, mordiéndome el labio. Seriamente esto de colgarme mirándote tiene que terminarse.

- Ya está, la próxima me av - digo una vez que me despego del respaldo cuando siento la reja de la entrada y las pulsaciones se me van a la mierda -  La puta madre, mi mamá y mi hermano,  ¡escondete!

- ¿A dónde? - inquirís sobresaltado y agarrando tu remera (todo lo demás está en su lugar).

- Arriba, a mi habitación, el placard, ¡activa Pedro! - murmuro alterada y vos corrés por la escalera mientras vas poniéndote la remera.

Peino mi cabello entre mis dedos, tan rápido como puedo y vuelvo a sentarme en el sofá. Agarro una revista que encuentro en la mesita, comienzo a ojearla al tiempo que escucho como la llave se introduce en la cerradura. Espero que hayas encontrado mi cuarto.

- Paula, ¿vos sacaste la alarma? - pregunta mi mamá luego de entrar, tras mi hermano. Gonzalo se pierde de vista (y me perdí su saludo, si es que me saludo) y me levanto, para acercarme a ella.

- Sí ma - respondo con naturalidad y decido que brindar información parcial no es mentir - Es que tocaron el timbre y abrí para ver quien era.

- ¿Y?

- El afilador - suelto y Alejandra frunce el ceño, pensativa. Sacude su cabeza después de unos segundos y comienza a subir las escaleras. Me apresuro para seguirle el ritmo y subo tras ella. Necesito mantenerla lejos de la habitación.

- ¿Y vos? Pensé que trabajabas hoy… - pregunto, para pararla en el pasillo. Su cuarto está pegado al mío y si no estás escondido, esta especie de charla madre e hija tiene que darte el tiempo para que lo hagas. En silencio por favor.

- Tuve que acompañar a tu hermano a una entrevista en tu colegio… rogar prácticamente para que le den una vacante. A él y a tu hermana - explica y exhala ni bien termina la frase. Asiento con una media sonrisa, entendiendo que rogar implico también poner una suma más de dinero sobre el escritorio del recto, y  mamá comienza a inspeccionarme de arriba a abajo con el ceño fruncido, súbitamente interesada en mí. Carraspeo para que termine con el examen visual y cuando pone "esa" cara, se que exactamente las palabras que van a salir de su boca - ¿Qué hacés en pijama todavía Paula? ¿Dormiste hasta esta hora?

Bingo.

- No mamá, colgué nada más - sintetizo. Madres, no soportan que uno este de vacaciones o que pueda dormir hasta entrada la mañana.

Se prepara para contra atacar y se que tengo que desviar el tema sino quiero que la charla desemboque en discusión y mamá termine retirándose a su habitación enojada. O peor: que se dirija a la mía para encontrar nuevas situaciones para pelear.

 - Sabés, en un rato me voy a la nueva rampa que pusieron, cerca de aeroparque - comento, capturando totalmente su atención. Ella y el skate no se llevan muy bien que digamos… Quiso confiscarmelo a los 17 y lo logró, pero yo me compre uno con mi propia plata… Y fue muy feliz hasta que los agujeros en los pantalones y las frutillitas en las rodillas me mandaron al frente. Pero no le quedo otra que aceptarlo.

- No, no, no, ya te dije que no quiero que hagas eso Paula - responde preocupada pero cuando pongo los ojos en blanco, dejando en claro cuánto me importa lo que me diga, lanza un suspiro - Extraño cuando jugabas al Hockey.

- ¿Sabés que en el Hockey también te lastimas no? - contesto y ella ríe con tristeza. No entiendo por qué tanta tragedia.

Me dirijo a mi habitación pensando qué ponerme cuando recuerdo que hay algo más importante que ropa en mi placard. Vos.

- ¿Pedro? - susurro mientras abro lentamente las puertas de mi armario y te encuentro ovillado entre mis sweaters y camperas. Reprimo una risa cuando me lanzás una mirada de odio - Ya podés salir.

- Rico el desodorante de ambiente - comentas y esbozas una media sonrisa mientras te ayudo a salir del armario. Despeinas tu cabello con tu mano izquierda, ya que la restante esta tomada a la mía.

- Andá, está sin alarma la puerta - digo, tiroteando levemente tu brazo. Vos hacés una mueca (por favor no me hagas arrepentirme de pedirte que te vayas) y me besas, antes de desaparecer por el umbral. No te escucho ni bajar las escaleras y me sorprende tu habilidad para escabullirte. No sé qué tanto me gusta la idea.

Suspiro y frunzo los labios mientras trato de armar un conjunto en mi cabeza y me anoto mentalmente mensajearle a los chicos para encontrarlos en el parque. Revuelvo los cajones, sin encontrar nada que me convenza; esto de tener más ropa solo complejizó la tarea de elegir que ponerme.

- Che Pau... No sabía que Pedro se dedicaba a la afilación - comenta mi hermano con sorna, entrando a mi habitación sin pedir permiso y tomándose la libertad de sentarse en mi cama. Me mira, divertido, y de repente mi pequeño (no tan pequeño) secreto deja de estar a salvo.

- ¿Es una palabra nueva que aprendiste? - respondo, dándome vuelta y concentrándome en mi ropa. Quizás si le doy poca importancia termina por aburrirse y volver a su play, a su noviecita de fines de semana y me deja en paz.

- ¿Preferís escapismo? - responde con una media sonrisa y entiendo que todo este asunto le es demasiado divertido para dejarlo ir. Suspiro antes de voltearme, completamente desorientada sobre qué hacer.

- No digas nada, por favor - pido, seriamente, sentándome a su lado en la cama. Gonza me mira atentamente.

- Tranqui Pocha... Soy una tumba.

Sí, claro.

- Mmm... no se por qué no me cierra tanta bondad desinteresada… - comento levantando mis cejas, descreída de sus buenas intenciones. Conociéndolo no va a dejar esta oportunidad ir.

- Qué mal pensada - dice fingiendo sorpresa y mi expresión escéptica le roba una carcajada- Y hacés bien, ya se me va a ocurrir qué pedirte.

Y se atreve a sonreír.

- Qué lacra que sos - respondo, negando con la cabeza y presionando mis dientes contra mi labio inferior. Gonzalo se incorpora y avanza hasta la puerta, sonriendo ampliamente. Yo hago lo contrario, recostándome en mi cama y haciéndome a la idea que mi hermano me tiene entre la espada y la pared. Se que no va a hablar, pero que lo haga desencadena demasiadas consecuencias poco favorables para mí y para todos. De nosotros ni hablar.

- Pau… Me gusta la pareja - dice desde el umbral de mi puerta y le sonrío, antes de que termine de desaparecer por el pasillo.

A mi también.


Aquí tienen bebecines. De mis favoritos, lejos. Por ahora, vienen zafando... vamos a ver cuánto les dura jajaja.

Besos de Pedros!

lu.
 


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